sábado, 14 de junio de 2008

Crónica de una sociedad avanzada (1)

De la importancia [o no] de los corchetes

Tímidamente nos asomamos a la vida de los otros sin darnos cuenta de que hemos cruzado una frontera. Caer en la cuenta de que este límite existe suele venir acompañado de la convicción titulada: “yo estaba aquí antes”

Buenos días a todo el mundo. No, no estoy enfadada con nadie. Y además es de noche. Pero llevo un cabreo… No, no es eso. Tampoco es influencia de Bridget Jones; el hecho de haber visto la película 10 veces en los últimos 15 días no me ha afectado lo más mínimo. Es sólo que no tengo más dvds en mi cuarto y aprovecho el préstamo de una amiga para echarme unas risas… sola y en inglés. [fin de la autojustificación] Y, reconozco que he redescubierto mi celulitis pero, repito, eso no me ha afectado lo más mínimo [fin de la autodestrucción]. En mi casa no hay vodka y no espero que mis amigos llamen a mi interfono para llevarme de viaje a París. Por dos razones: una, no tengo interfono y, dos, ya estoy en París. Lo que sí que tengo es casa, o sea, un cuarto, un templo sagrado en el que no está permitida la visita de más de dos personas a la vez. Un geriátrico donde al usuario se le habla como a un ser sin historia ni deseos y donde las reglas tienen un origen raro. Por ejemplo, en cuanto a las mencionadas visitas, la norma que las regula tiene como artículo principal: nada de orgías, solo menage à trois. La siguiente es la regla que permite tener frigorífico en la habitación combinada con la prohibición de subir a la habitación la comida reservada en la cantina (preparada en tupper) y la permisión de subir alimentos del mercado, pizza, comida china y quebabs. Podría dar explicaciones en relación al seguro y a la sanidad que justificarían esta regla pero digamos que estoy altamente interesada en que los posibles lectores de esta crónica sientan un pequeño porcentaje de la tirria que estoy desarrollando ante tanto reglamento. Así que quedémonos con la idea de que gracias a una normativa por el bien del usuario, se incurre en el esfuerzo de anular su capacidad de improvisación y de espontaneidad. La ley está por encima incluso de las personas que las imponen y que se refugian en el dogma al exigir calmadamente su cumplimiento. Santa regla, al menos una vez al mes te encontrarás con ella.

Podría continuar diciendo que nadie es imprescindible. Pero esta frase ya la hemos pensado todos y dicha así no entiendo muy bien de qué quiero hablar exactamente. Pero en una sociedad avanzada como ésta no pasa nada. No importa: si olvidas saludar, serás un maleducado pero jamás herirás a nadie. Si te olvidas de decir adiós, serás un maleducado pero jamás herirás a nadie. Si alguien te pide un cigarrillo y no tienes, no pasa nada, te dará las gracias de todos modos. Si alguien te pide un cigarrillo y le dices que solo te queda uno, se te quedará mirando esperando a que se lo des, y no te dará las gracias al ver que no abres el bolso. Si ya te han saludado por la mañana en el despacho, no esperes que te saluden al mediodía cuando te cruzas con algún compañero que viene del supermercado al que tú te diriges. La primera frase en una relación es “me gustas”, la segunda, “no estoy preparad@ para algo serio” y, en algunos casos, la tercera es “tengo miedo”. En otros casos nunca se ha llegado a pronunciar la primera frase y, o bien se pasa directamente a la segunda o la tercera, o bien uno de los dos desaparece sin otro rastro que un mensaje que dice “estoy en las islas Mauricio, ya te mandaré un mail” [no tiene tu dirección pero tampoco eso parece tener consecuencias].